El pequeño mozalbete sintió un piquete en su hombro izquierdo. Volteó la cabeza y se dio cuenta que su profesora quería charlar con él.
-¿Tienes problemas auditivos?
-¿Cómo?- Dijo el niño sin entender nada.
-¿Que si tienes problemas para escuchar?- Insistió ella.
A decir verdad el pobre muchacho jamás cuestionó su capacidad auditiva, incluso si fuese sordo cómo saberlo, si lo pensamos detenidamente toda su vida ha escuchado de la misma forma por lo tanto no hay punto de referencia.
Pasaron cinco minutos más de conversación y la educadora le comentó que su teoría se debe a que él habla a un volumen de voz considerablemente más alto que el resto de sus compañeros de clase. Por lo tanto le recomendó visitar al médico para analizar su caso.
La vuelta a casa –después de clases– tenía un sabor completamente distinto a la tarde anterior.
-¿Y si realmente soy sordo?- Pensó.
Pero todo volvió a la normalidad unas cuantas cuadras más adelante, ya que llegó a la conclusión que definitivamente es mejor ser sordo que ser un simple mudo.
En eso no hay discusión alguna.
martes, 16 de diciembre de 2008
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